Capitulo #05: El Almacén
Lorna Perez vuelve a otro sitio destruido por el Huracán Casilda: un viejo almacén que al parecer está abandonado.. o no? Siguela en el siguiente episodio!
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Después de casi un año del paso del Huracán Casilda, el Jefazo me concertó una visita en La Maddai. “Puedes pasar con confianza al almacén dijo el propietario; no has de esperar a nadie”. Ese fue lo que decía el email que recibí.
Fui a primera hora de la mañana. El área de la Maddai era conocida por tener tráfico pesado, ya que era una urbanización tipo embudo; una sola calle la conectaba con el resto de Cordia. Llovió la noche anterior, así que había pozos por doquier.
El almacén quedaba en un terreno esquinero y plano al lado de un supermercado chino. Se separaba de la calle por una inmensa pista de concreto de al menos unos 4 mil metros cuadrados para albergar conteiner y equipos de carga. Habían 4 conteiner en el lado este, 2 se veían en buen estado y otros como que Casilda les hubiese entrado a puñetazos. El almacén en un estado abandonado se encontraba al norte.
Atravesé toda la pista de concreto con tantos pozos y unos escombros como si fuese un campo minado. Accedí por el ala este de almacén donde esa área no tenía puertas, ni ventanas…. Ni techo. Solamente los muros de concreto, un tractor oxidado en el medio. La estructura del techo estaba visible y pedazos de zinc de lo que fue el techo estaban colgando; había uno que se mecía por el viento y la llovizna que empezaba a caer. Me pegué a la pared y me desplazaba sin despegarme ni un centímetro con las palmas de las manos rozado la pared y con los ojos clavados en el zinc rezando que no se cayera.
Llegue a un pasillo de al menos unos 3 metros de ancho que conectaba con las otras áreas del almacén a doble altura. Mire hacia el techo donde se filtraban algunos rayos de luz por el techo roto. Había una mezanine y se podían divisar algunas cajas.
— Tiene que haber una escalera — pensé y proseguí a buscarla.
Las paredes en los espacios contiguos eran de metal corrugado y el túnel termino en un amplio espacio con lucernarios que iluminaban todo con luz natural. Esta parte del almacén habría sufrido danos menores, pero estaba algo sucio y las maderas del piso de la mezanine mohosos. Escuche el sonido de una radio con volumen bajo. Proseguí y encontré la escalera que llevaba a la mezanine y el espacio contiguo parecía ser una oficina.
Toque la puerta varias veces, pero nadie respondió.
Empecé a subir por las escaleras y apenas mi cabeza traspaso el nivel de la losa. Sentí un espinazo de que algo andaba mal. Había tanto moho por la humedad que seguro era mejor no subir.
Gire la cabeza y casi me resbalo del susto.
— Ay perdón- dije con nerviosismo, pensé que no había nadie en el almacén —.
Un hombre estaba a un metro del inicio de la escalera mirándome fijamente y murmurando algo incomprensible muy bajito. Era calvo con una camiseta sin mangas que en algún momento fue blanca, pero estaba muy manchada de grasa. Los pantalones que vestían estaban muy sucios y le quedaban grandes.
Baje de la escalera lentamente. Él empezó a mirar fijamente la cámara fotográfica que tenía en la mano.
— Vine a tomar las fotos para la inspección —dije observando hacia arriba, ya que el individuo tenía casi 2 m de estatura.
No dijo ninguna palabra y seguía murmurando algo todavía que me costaba entender.
Temerosa decidí buscar una puerta alterna y seguía tomando fotos como si nada. – No me tomará mucho – le dije. Él continúo acercándose despacio, un paso más y yo daba otros 3 alejándome.
Apareció detrás de mí otro personaje similar, pero antagónico en algunas características; bajo, regordete y con el cabello tan revuelto como que se hubiese peleado con el peinado con el peine hace años. Se paró al lado del otro sujeto.
Empezaron a hablar un poco más alto, como una lengua extranjera.
Me empezaron a seguir más rápido. Hasta que me pare y dije alto. — El propietario, el Sr. López nos contrató para la inspección —.
Se detuvieron. Empezaron a discutir entre ellos. Yo encontré la salida, y pensaba que ruta seguir porque todavía me faltaba atravesar la pista llena de porquerías de Casilda y los pozos de agua.
Él más bajo trato de llamar mi atención alzando su voz metiendo su mano en el bolsillo.
Sude en frío. ¿Va a sacar un cuchillo? ¿Pistola? ¿Un alicate?. Pensé lo peor. “Aquí morí”, creí. “Lorna Pérez falleció en un sucio almacén en La Maddai”.
Pero sacó un teléfono celular.
¡Puff!
Respire.
Casi me pega en mis narices la pantalla con una risita burlona. Tenía abierto Google traductor. Ahí me di cuenta de que eran serbios.
Tomé temblorosa el teléfono y empecé a escribir sobre el propósito de mi presencia, ellos estaban más cerca de mí y riendo “Ji, ji, ji, ja, ja, ja” muy siniestros. Me perdí por unos segundos observando sus dientes gris plomo que estaban apiñados como arrecifes. El más alto con una voz lenta como de bobo tenía una dentadura similar con aliento marchito.
Seguían hablando entre ellos. Le regresé el celular respirando profundamente para contener los nervios.
Al leer, ambos hicieron exclamaciones de “¡Ahhh!” pero luego empezaron a hablar acaloradamente apuntando algo en la dirección opuesta del almacén.
“Quizás están escondiendo algo” pensé viendo el punto más oscuro al que ellos apuntaban. Empezaron a discutir de nuevo y apuntándome esta vez, las risas entre esos arrecifes de dientes eran aún más tenebrosas.
El más alto tomo el teléfono y empezó a escribir algo.
El traductor mostró un “VETE” en mayúsculas.
Fueron hacia la oficina como a buscar algo y vi que el más alto le dio un manotazo en la nuca al más bajo. No quise ver más y pegué una carrera olímpica atravesando la pista llegando a la calle principal ya con los pantalones empapados por los charcos. No sé si se burlaban de mí o eran serios. Nunca lo sabré.
Dos años después, tuve que volver. En plena pandemia de COVID-19.
Invente miles de excusas para no ir alegando lo sucedido de la otra vez. Mi jefe accedió con las fotos hechas por el drone bastarían.
Esa pandémica mañana con tapabocas puesto bajo 35 C de Cordia ensamble el drone frente el portón de metal bloqueado con un gran candado. No había posibilidad de llegar a la pista.
El drone empezó a volar, pero se debatía con el viento. Aun así, pude tomar las fotos. Pensé en guiarlo hasta el interior, pero decidí que era mejor no arriesgar. Observe desde el controlador que el almacén estaba en las mismas condiciones de la visita anterior, pero había una camioneta negra con vidrios ahumados estacionada.
“No, el drone no va a adentro definitivamente” me dije a mi misma.
Ya con las fotos listas guie al drone de vuelta, pero la batería empezó a drenarse más rápidamente quizás por el viento que iba a contracorriente.
—¡No, no, no, no!, por fa no te rindas!- — decía yo en voz alta
El drone : — ¡aterrizaje de emergencia! —
Entro en pánico. Alzo la vista y veo que la cerca de la propiedad tenía en el tope alambre de púas.
— El drone se volverá trizas, pero ahí ¡No subo ahí ni loca! — murmuré pensando en los dientes de los tipos que estaban ahí hace 2 años.
Entre el nerviosismo daba comandos opuestos al drone que lo alejaba y acercaba a la vez. Hasta que la batería no dio más.
Aterrizaje de emergencia – emitió el drone y se desplomó yendo contra la reja y rebotando casi 2 m hacia dirección del almacén.
Luego estuve una hora tratando de alcanzarlo con una rama de árbol que conseguí. Me sentía como una presa que vio las llaves hacia la libertad caídas por el suelo en el otro lado de la celda.
Así pase los siguientes 30 minutos con la idea de dientes amarillos apilados como una mazorca de maíz en descomposición en mi cabeza y con un inesperado retorno de una fe perdida que volvió a mi boca con todo tipo de rezos.
Luego con el drone en mis manos corrí jadeante al carro.
Ni muerta vuelvo.