Capitulo #07: Benedicto Barolai

Lorna Pérez se dirige esta vez a Fortai Catellus para conocer por primera vez a un sonado mafioso de la isla de Cordia; Benedicto Barolai.

¡Quédate atento a sus impresiones sobre este personaje!

La Tasadora Infeliz
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Capitulo #07: Benedicto Barolai
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Esa mañana de junio llegue un poco temprano a la oficina de Tasadorix, cosa que a veces es rara. Usualmente, llego unos 10 minutos tarde. Por más que lo intente algo me distrae y hace que llegue no llegue a tiempo. Eso sí, con los clientes siempre soy puntual como un reloj suizo.

Después de darle de comer a los 3 gatos que tenemos en la oficina, limpiar sus arenitas, me senté con mi café en el escritorio a chequear los emails y navegar un poco por las redes.

La señora Gladys se acercó e inmediatamente cerré la página de mi carrito de compras de Amazon.

— Lorna, tienes una cita en una hora en Fortai Castellus. Prepara todo — me dijo un poco malhumorada.
— ¿Quién es el cliente y que tipo de propiedad? — pregunte.
— Es para Benedicto Barolai…. No sé por qué le haremos un trabajo a él. ¡Es un mala paga! — comento molesta — Es un hotel. Lo hemos tasado antes, pero tenemos que hacer un reporte para actualizar el estado de la propiedad — continuo— En fin… lo que el jefe diga. Este no es mi negocio…
Y se fue refunfuñando.

 

El hotel era las Brisas de Fortai Castellus. No muy original el nombre. Era más bien un apart-hotel. Recuerdo bien haber ido un par antes del paso del huracán Casilda atrás cuando salía con el bobo de Joaquín que vivió allí como un año allí mientras tenía un trabajo intermitente entre Cordia y La Rocai.

Una hora después estaba en frente del edificio. Parecía una ciudad medieval miniatura. Era gris y conglomerado y muchos pasillos con arcos de medio punto. No tenía las luces nocturnas que le daban otra imagen y visibilidad. Más bien la luz de la mañana le hizo perder cualquier misticismo.

Era un edificio de 3 pisos en forma de “U”. En la planta baja se veía el hotel original y luego se fue expandiendo como el negocio a medida que pasaron los años de forma improvisada; no tenía formas muy regulares. Inclusive tenía una mezcla de materiales muy rara. Así como cuando la gente compra un material de moda para dar un “toque” moderno, pero que no combina en lo absoluto con el resto; tenía en algunas zonas barandas de vidrio y de aluminio, pero en otras estas barandas de columnas panzudas de concreto y paredes recubiertas de piedra caliza. Lo más consistente era la pintura gris. En el centro estaba la piscina con forma de “L” iluminada por una luz añil y una terraza cubierta por si los residentes querían hacer alguna parrilla rodeada de árboles y algunas palmeras.
Entre por el portón principal que fue herrado con motivos arabescos. Como indico la Sra. Gladys debía ir a la oficina de Benedicto Barolai a anunciar mi presencia y tener acceso a las habitaciones.

Le pregunté donde estaba la oficina de recepción a una señora que estaba lavando el piso. La organización interna de ese hotel no era muy intuitiva.

— Por allí mami — me indico por un pasillo al lado derecho mientras con la otra mano sostenía la mopa.
No estaba segura de que la señora me hubiese dado las indicaciones correctas; había como 6 hombres enfrente de una puerta todos vestidos de colores oscuros. Dos de ellos custodiaban una puerta de vidrio a la cual me acerque.
Esta debe ser la oficina.

— Buenos días, Soy Lorna Pérez de Tasadorix y tengo una cita con el Señor Benedicto Barolai — Le pregunté a uno de los gorilones que custodiaba la puerta que me hizo sentir más enana con el soslayo de su mirada.
— Un momento — Abrió la puerta e ingreso. Los otros 5 hombres miraron por unos minutos la escena y volvieron a lo suyo como en estado de alerta por todas las direcciones.
— Puede pasar — dijo el hombre al salir.

Cuando abrí la puerta una niebla de humo de cigarro me enardeció un poco mis ojos. Parecía que estaba entrando a un casino de mala muerte. Vislumbre otros 2 hombres que usaban unas chaquetas de cuero (¿con este calorón en Cordia?) y unas cadenas de oros muy gruesas.

De repente salió apresurado por una puerta trasera un hombre vestido de negro con zapatillas Air Jordan, alto, gordito y calvo. Levaba como 100 cadenas sobre su cuello más algunos anillos.

Me dio la impresión de que acababa de terminar de esconder algo.

— ¡Ah! ¡Tasadorix!— dijo enérgico al verme — ¿Cómo está su jefe? ¡Me le envía saludos! — prosiguió mientras se sacudía las manos y se sentaba en una silla enfrente de su escritorio. — ¿Cómo la puedo ayudar?.
— Señor Benedicto… Vengo a inspeccionar todo el edificio. Necesito acceso a las habitaciones… A las que estén desocupadas. … — dije mientras trataba de contener las ganas de toser por el humo — si es posible, por supuesto.
— ¡Claro!. Dígale a Míriam que tiene las llaves que le haga el tour a la señorita — dijo indicándole a uno de los tipos que estaban fumando sentados en el sofá de la oficina que inmediatamente salió a buscar a Míriam.

Salí y mis pulmones liberaron la tos furiosa que tenía dentro.

Se acercó una mujer casi que arrastrando las chanclas que llevaba puestas con el cabello recogido en un mono improvisado y con unas licras muy ajustadas de color azul con una camiseta roja con lentejuelas y brillantes plateados. Se detuvo y con una mano en la cintura me dijo ‘por aquí por favor’.

Me llevo a un pasillo largo y oscuro donde si me sentía en el siglo XV.
Medioevo moderno en pleno.

Abrió una de las habitaciones cuyas únicas dos ventanas daban a ese pasillo. Si abrías la ventana solo darías a una pared oscura gris.

Que tristeza.

A pesar de ese panorama la suite de una habitación tenía acabados nuevos y recién remodelada; la cocina tenía tope de granito, el baño estaba muy limpio, los muebles estaban decentes y tenía unas buenas dimensiones. Eso si la habitación no tenía ventanas. Quizás la gente que viene a este tipo de apart-hoteles está muuuy de paso.

Recorrimos al menos unas diez habitaciones con el mismo formato todas localizadas en el 1er. piso. Míriam siempre abría las puertas desganada y no me esperaba. ¡Que fastidio! Que haga lo que quiera pensé después de que entramos al quinto apartamento cuando me canse de seguirle el paso.

Al llegar al décimo apartamento escuché los pasos arrastrados de Míriam que subían las escaleras al segundo piso.

En el segundo piso estaban ubicados diferentes apartamentos. No había mucha lógica en la distribución; no eran simétricos y esto hacía que los pasillos se ensancharan y se estrecharan en diferentes puntos Los corredores periféricos eran arqueados en sus fachadas. Unas habitaciones tenían puertas modernas de aluminio y vidrio y otras unas metálicas tipo depósito. Trataba de medirlos, pero me rompía la cabeza hacer los bosquejos; luego algunos apartamentos tenían unas salas angulares.
¡Una locura!

Inclusive para dar más toque medieval posmoderno, por decirle de alguna manera, había un mini puente arqueado con barandas de aluminio y vidrio. Este llevaba a la ubicación de las escaleras que conducían al tercer piso que era la terraza con el restaurante. No había un cuerpo de escaleras unificado que te llevase desde el último piso hasta la planta baja, mucho menos indicaciones. Si algo sucediese y tuvieses que salir corriendo tendrías que ir recorriendo todos los pasillos a lo Pac- Man y encontrar esas escaleras desmembradas y llegar a los pisos inferiores. Pasando por el puente también, claro está.

Subimos. El restaurante parecía recién construido, pero con un intenso olor a fritura. Según Míriam estaban preparando los almuerzos. La cocina era grande y estaba muy bien equipada. El espacio contiguo era una sala mediana de reuniones; tú sabes para cuando los ejecutivos que se hospedan lo requieran. Tenían varias pantallas planas y unos cómodos sillones de cuero blanco con mesas de vidrios bajo un delicioso aire acondicionado que secaban los chorros de sudor tras recorrer este edificio sacado del 1500.

Había una amplia terraza con 3 grandes jacuzzis que estaban sucios y nadie los había limpiado desde el paso del Huracán Casilda. Igual que las barandas de acero inoxidable que en algunos tramos estaban rotas e incluso perdidas.

— Por eso es por lo que Benedicto los llamo para que evaluaran la propiedad — dijo Míriam mientras me indicaba con la barbilla el área de las barandas de aluminio rotas — necesita financiamiento. Vamos a planta baja donde están los inquilinos que son un poco más permanente.

Si había un poco de glamur en los primeros pisos con la mezcolanza de estilos y materiales en la planta baja se esfumó.
Al parecer Benedicto tenía apartamentos y habitaciones para todos los bolsillos. Estos estaban muy mal rematados, cerámicas rotas, puestas descoloridas. Solo pude inspeccionar tres de ellas de las quince disponibles. ¡Había unas catalogadas como apartamentos de dos habitaciones cuya subdivisión a través de cortinas! Las superficies de las terrazas eran de cerámicas y como que en un punto se les acabó el presupuesto y las terminaron con pisos de madera. Estaba menos mantenido y las paredes estaban sucias. Un cuarto parecía un cementerio de tanques de gas, pero eran donde se alojaban estos para alimentar las cocinas de ese nivel. Unos baños comunes presentaban esa situación donde no hay mucho espacio para maniobrar entre el váter y la pared.

Simplemente todo muy irregular. Parecía una división de la era de la revolución industrial y este sería el nivel del proletariado.

— Eso es todo — dijo Míriam hastiada mientras chocaba las palmas de sus manos.

— Si señora. He terminado — afirmé. Mi estómago indicaba que se acercaba la hora del almuerzo y estaba cansada de jugar Tetrix al redibujar este edificio.

Solo me faltaba medir la oficina de Benedicto Barolai.

Volví a pasar el mismo escrutinio de quienes eran sus escoltas aparentemente. Toda la situación me daba ya muy mala espina.

Ingrese y estaba Benedicto y los mismos dos tipos desde esta mañana sentados fumando en el sofá viendo sus teléfonos celulares.

Benedicto accedió a que tomara las fotos y medidas a pesar de que saldrían pésimas por la densa nube de humo de cigarro. Él estaba fumando un puro y ninguna ventana estaba abierta solo el aire acondicionado a toda mecha.

Trate de abrir la puerta trasera de la oficina.

Benedicto y los dos tipos sacaron sus ojos de las pantallas y hubo un momento muy tenso. Uno de ellos corrió hacia mi y se interpuso suavemente entre la puerta que estaba bloqueada y yo.

Me quede de piedra.

— Este espacio no — dijo el hombre en frente de la puerta.
— Es solo un depósito, ya sabes… Son cosas del hotel pero preferiría que se quedara cerrado — continuo Benedicto tratando de sonar despreocupado intentando de que me olvidara de la idea de inspeccionarlo.
Me alejé lenta y simplemente dije ‘ok, no hay problema”.

Salí con un séquito de miradas siguiéndome como que si hubiese profanado una iglesia. La verdad no quise estar ahí otro segundo más.

Camino a Tasadorix creaba en mi mente todo tipo de hipótesis de que abría en esa habitación: ¿drogas? ¿Pilas de dinero como el arca de Tío Mac Pato? ¿Armas? ¿Cocaína? ¿Pañales? ¿Nutella? Como mucha de otras cosas absurdas que solo me hicieron reír.

Meses después me enteré por “El Correo de Cordia”, el periódico local, que la Fiscalía de Cordia tenía varios casos en que acusaba a Benedicto Barolai. Uno de ellos era el de lavado de dinero…

Y como la justicia de Cordia es taaan severa, Benedicto siempre salía liberado.

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