CAPITULO #08: El clarinete
Nuestra tasadora inspeccionará la propiedad de los amigos de Celine, Rodrigue y Aurelie, localizada en la Bahía de Norenus, aunque según los propietarios su inquilina, una gerente de bancos llamada Marcela, no parece ser una persona fácil…
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Céline toco la puerta de Tasadorix esa mañana. Usualmente, ella viene los días 29 de cada mes para cobrar los materiales de oficina que nos provee ¿pero por qué vendría un día 12?
— Bonjour Lorna, ¿ça va? – saludo una vez que le abrí la puerta. — ¿Madame Gladys no ha llegado todavía? – preguntó con su porte elegante como siempre.
— ¡Hola Céline! No., creo que tenía una cita médica a primera hora. ¿En qué te puedo ayudar?
— Bon… Tengo un favor muy grande que pedirle a tu jefe, Veras, es mi vecino Rodrigue que tiene una casa en Neronus y quiere vender la propiedad, pero el problema son su inquilina. ¡Uffa Lorna! ¡Una mujer difícil! Necesita el reporte, pero cuando vayas a hacer la inspección diles que es para el seguro — explico Céline llevando su mano a su pecho afligida — Rodrigue es muy buen amigo de nuestra familia y queremos ayudarlo. —
— No te preocupes Céline, hablaré con el jefazo y la Sra. Gladys. — dije tratando de calmarla.
Me dio todos los detalles pertinentes de la propiedad y organicé todo con el Jefazo y la Sra. Gladys. Céline era bastante emocional; a veces se desahogaba de algunos problemas con nosotros cuando venía a recoger los cheques, específicamente sobre la asociación de animales sin hogar en la que colaboraba. Por ejemplo, si alguno de los perros no consiguiera un hogar temporal, lágrimas correrían pómulos abajo con rímel acompañándolos en su trayecto sobre su inmaculado maduro rostro y haciéndose más visible con su cabello recogido por una cola de caballo impecablemente peinada.
Aun así, Céline siempre ha sido amable con nosotros, inclusive con Rocky, nuestro miembro perruno que ahora está en el otro lado del arcoíris y sobre todo por su paciencia con los retrasos de nuestros pagos durante la pandemia.
Hacerle este favor no estaría de más.
El Jefazo estuvo de acuerdo y acordó la cita con los dueños de una villa de dos habitaciones en Norenus. Ellos me estarían esperando en la entrada de la urbanización porque mi carro Nissan del 2008 no tendría tracción para subir tan empinada colina.
Que mala fe la del Jefazo… ¡Si le cambie los frenos hace 2 meses!
Rodrigue y su esposa Aurelie me esperarían a las 10 AM de la mañana siguiente. Rodrigue estaba bastante nervioso. “Es que mi inquilina… No es muy amable y no le gustan las visitas” decía mientras conducía. Su esposa Aurelie estaba un poco más calmada, le daba unas palmaditas en su espalda. Ella era una hermosa mujer en sus cincuenta; se parecía muchísimo a la cantante Sophie Ellis-Bextor pero con cabello tenido de negro.
La casa estaba en una parcela bastante empinada; el acceso principal estaría al lado norte por el nivel más alto y había que descender a través de un patio minado por cacas de perro.
¡Estos dueños deben ser un desastre!
Un perrito pequeño muy simpático nos vino a recibir y nos siguió hasta llegar hasta la puerta principal.
Aurelie zanqueaba con sus patentes tacones para evitar “las sorpresas” esparcidas en patio de la estrada mientras Rodrigue la guiaba y sostenida con su mano para evitar que se cayese.
— ¡Marcela…! Marcela… Marcela. Somos Rodrigue, Aurelie y la señorita Lorna Perez de Tasadorix. Ábrenos la puerta por favor— pregono Rodrigue mientras tocaba la puerta. – Tengo que mandar a arreglar el timbre— dijo dirigiéndose a mí.
Sonreí, aunque estaba segura mis labios hicieron una mueca horizontal más que una sonrisa. Para mí la tal Marcela se hizo la loca que no escucho tonada alguna.
La puerta se abrió y de ella emergió una mujer de rizos rubios químicos que caían por un poco más debajo de sus hombros que vestía jeans con camiseta de tirantes negra que dejaba entrever una piel que abusaba del bronceado del sol de Cordia. No emitió ni una palabra, sino que se nos quedó mirando sostenidamente mientras tenía un vaporizador/ cigarrillo electrónico de color negro en su boca.
Creo que es hasta el día de hoy el vaporizador más largo que he visto. Bromas apartes más bien parecía un clarinete. Era de color negro con unas decoraciones doradas.
Después de unos largos segundos exhalo una buena masa de humo y dijo “Pasen”. Los tres tratamos de disipar el humo con nuestras manos. Al menos la ‘nube’ tenía olor a frambuesas.
Al traspasar la gran puerta de dos hojas se abrió ante nosotros una gran sala que estaba adjunta a una terraza con piscina y vistas sobre la bahía de Neronus. ¡Que aguas tan turquesas se apreciaban desde la terraza!
La casa tenía mobiliario de tonos azules y la cocina baldosas turquesas. Todo el ambiente tenía color armónico y con esa vista parecía sacado todo de una pintura, exceptuando algún que otro objeto fuera de posición y regado por el espacio. Sobre los gabinetes superiores de la cocina había una colección de botellas de vidrio diferentes tamaños; azules también que con la luz que atravesaban las ventanas superiores del espacio a doble altura daba unas hermosas tonalidades de añiles sobre el comedor. Parecía algo mágico. Tome fotos, pero mi cámara ni mis habilidades fotográficas no supieron como captar esa fabulosa luz. Decepcionada, me remití a tomar las medidas.
Una mezzanina cruzaba la sala al lado sur. Rodrigue índico que ahí está ubicada la sala familiar.
Marcela me seguía fijamente con la mirada apoyándose como una renegada desde la isla de mosaicos azules de la cocina. Con el ‘clarinete’ en mano y exhalando copiosas nubes de humo claro está.
Subimos las escaleras que conducían a la mezzanina mientras Rodrigue describía los muebles que había adquirido para ese espacio años atrás pero cuando llegamos no los pudimos apreciar porque… Estaban cubiertos por una montaña de cosas; colchones, una estructura de una cama volteada, juguetes tirados por el suelo, maletas….
Escuchamos la voz de Marcela que decía “Si ven algo desastroso es por culpa de Paco”.
¿Paco?
Rodrigue miro a Aurelie que estaba al pie de la escalera sorprendido. —¿Quién es Paco? — pregunto Aurelie.
— Es mi perro — respondió Marcela.
Aurelie miro a Rodrigue y Rodrigue me miro a mí. Quedamos atónitos con esa respuesta. Pues Paco, el perro, ¡debería estar en la NASA a este punto! ¡Hasta las piezas sanitarias del baño de la mezzanina no eran visibles bajo la densa capa de objetos sin razón!
¡Quisiera yo un perro tan talentoso con tan pequeño tamaño y soberana fuerza!
Nos dirigimos a la terraza con la magnífica vista. Era amplia y con pisos de terracota; tenía al menos 3 sets de muebles de patio, grandes macetas con algunas plantas ya secas por el descuido y la piscina de dimensiones medianas. En una esquina colgaba un saco de boxeo.
La habitación principal continuaba con la temática azul de la sala. La cama tamaña King estaba distendida, había un escritorio con y una poltrona con pilas de ropa encima. Toallas húmedas colgadas a ventilar reposaban por doquier. El vanity del baño estaba cubierto por cosméticos y botellas de 1.5 L de aguas vacías. Una lamparita china de papel pendía en el techo alto de la habitación.
Marcela entró súbitamente tratando de recoger algunos zapatos desperdigados por el suelo repitiendo en voz alta “Paco, que desastre dejas en esta casa” y salió deprisa con varios pares en sus brazos.
Aurelie, Rodrigue y yo nos volvimos a ver las caras con ceños fruncidos.
Fuimos a la otra habitación opuesta en la sala de color verde y había muchas figuritas de caballos en los estantes, el cobertor de la cama tenía motivos de caballitos y peluches de caballitos encima. “Esta es la habitación de mi hija” dijo Marcela que salió de la nada apoyada en el marco de la puerta mientras daba una bocanada de nuevo a su cigarrillo electrónico.
Un baño contiguo estaba al final de la habitación donde el contenedor del cepillo para limpiar el excusado era una botella de cerveza Heineken.
Aurelie sugirió de ir a los apartamentos tipo estudio que estaban distribuidos cada uno en las alas este y oeste de la villa respectivamente.
Marcela se nos adelantó y toco la puerta.
— Es la habitación de Manuelito — dijo mientras continuaba tocando la puerta con una mano y con la otra daba otra bocanada del cigarrillo electrónico (a.k.a. “el clarinete”)
Un chico alto somnoliento, cuyo cuerpo delgado bailaba dentro de su ropa. Tenía el cabello oscuro de rizos revueltos y usaba lentes.
No dijo una palabra. Solo exhalo fuerte y se giró al interior del apartamento.
El apartamento tipo estudio de paredes azules y cortinas añiles estaba extremadamente desordenado, aunque la cama si estaba hecha y sobre ella estaba a la vista una almohada bastante amarillenta. Un olor a ropa sucia de adolescente nos golpeó la nariz al ingresar. Un televisor de los años 80 reposaba en el tope de lo que fue la cocina. Los gabinetes superiores abiertos de par en par albergaban carpetas, documentos y libros viejos.
Salimos espantados por el olor y desorden y fuimos al segundo estudio.
Este era de color amarillo, y saliendo del baño salió un adolescente.
Ya va… ¿En qué momento Manuelito la se cambió de ropa y se peinó? ¿Pero si se quedó en el otro apartamento?
Ahhh… debe ser una puerta que comunica ambos apartamentos… Debería hacer medidas para incluirlas en el plano. Pensé para mí misma.
— ¡Marianito sal del apartamento! — dijo imperativa Marcela. — Este es mi otro hijo gemelo.
— Ahhhh…— replicamos Aurelie, Rodrigue y yo al mismo tiempo.
Borre mis anotaciones.
— Paco hizo otra de las suyas — continuo Marcela dando pequeñas bocanadas. Aurelie, Rodrigue y yo miramos al techo ya hastiados por tan insulsa excusa. Esta vez el humo salido del clarinete olía a limón. Cambiaria su filtro en un santiamén porque ni cuenta nos dimos.
Los gemelos tenían el mismo patrón de desorden; la misma cantidad de carpetas sobre el escritorio revueltas; la cama tendida, posters esparcidos por las paredes junto con placas de vehículos viejas. Hasta un monitor de una computadora Apple azul de finales de los 90’s reposaba también en la cocina. Hasta lo callado de sus presencias y el mismo olor de ropa sucia. Menos mal que Marcela y su vicio trataba de cubrir el olor ambiental natural de esa habitación. Un alivio a nuestro olfato en cierta manera.
Aurelie y Rodrigue circundaron con sus miradas el área. — No me imaginaba que los apartamentos estarían en este estado — dijo Aurelie a Rodrigue decepcionada.
Marcela vio su reloj mientras exhalaba más humo.
Entro como en pánico y casi que nos empujó de carreras a la salida.
— Tengo que prepararme para ir al banco, una gerente como yo tiene una agenda ocupada Rodrigue y Ud. ¡No me dio mucho tiempo de aviso y tengo que terminar de recoger los desastres de Paco! — continuo.
— ¡Pero si te avisamos con 2 meses de antelación Marcela! — dijo Aurelie.
Ya con esa última frase y el portazo que nos dio Marcela a nuestras espaldas salimos molestos. Paco corrió detrás de nosotros hasta la puerta.
¡Paco debería estar planeando un plan de escape a estas alturas!
— Tenemos que sacarla de esa casa Aurelie — dijo Rodrigue — ¡Es buena pagando la renta, pero esa casa es un desastre! —
Antes de irme tomé algunas fotos exteriores desde la entrada principal de la parcela. La última foto que tome fue Marcela con cigarro electrónico en boca barriendo los regalos de Paco en el patio enmarcado por dos árboles de acacias.